Pintura de vicente Van Gogh Café nocturno (1888)

Café nocturno nos muestra uno de esos sitios de alienación urbana


Van Gogh no prestó la más mínima atención a las ruinas romanas que han dado fama mundial a Arles, y ni siquiera las menciona en sus cartas a Theo. En cambio, escribió y pintó prolijamente sobre el campo provenzal, la región del Midi y sus amados cafés. En comparación con los refinados cafés parisinos, los de Arles eran frecuentados por un público mucho menos elegante, pero en ello residía en cierto sentido la clave de la fascinación que sentía Van Gogh por esos locales. El artista se consideraba una figura aislada, que se desenvolvía en los márgenes de la sociedad, y sentía por ello una atracción natural por la reputación sórdida y dudosa de los cafés. Entre alcohólicos, prostitutas, gentes sin techo y otros representantes de la «mala vidas, Van Gogh, que era un artista pobre y en apuros, se sentía entre iguales. El café se convertía así en el hogar de todos los «desamparados de la sociedads.

Café nocturno nos muestra uno de esos sitios de alienación urbana. Al frecuentar y representar escenas de este tipo, el artista regresa de una manera sorprendente al territorio de Las comedores de patatas (1885). Ninguna de estas dos pinturas posee el aire liviano y despreocupado de sus obras más impresionistas, llevadas a cabo en el período intermedio. En lugar de utilizar el color para definir las formas espaciales, por ejemplo, lo emplea únicamente como medio de expresión. Los grandes bloques de color puro y plano que aparecen en esta pintura anticipan de varias maneras el expresionismo, un movimiento artístico que se desarrolló posteriormente en Alemania. Por su parte, la perspectiva exagerada, que nos lanza de lleno hacia la habitación, produce en el observador una desorientación extraña y opresiva. Las lámparas, que parecen emitir una energía luminosa casi tangible, contribuyen a crear un estado de «delirium tremes en pleno apogeo», tal como lo definió Van Gogh.