Bob Dylan: Rumbo al Nobel

cantautores estadounidenses lo nominan ininterrumpidamente al Premio Nobel de Li


Desde hace 12 años que al más famoso de los cantautores estadounidenses lo nominan ininterrumpidamente al Premio Nobel de Literatura. A casi un mes de que nuevamente falle el jurado, los méritos académicos de su postulación se confunden con la avalancha de discos, películas, libros y homenajes que, para estas fechas, inundan las estanterías del mundo. Ésta es la historia de una postulación atípica.

Hay que hacer muchas cosas para ganar un Nobel de Literatura. Primero, colarse en una lista de, generalmente, 300 nominados. Luego avanzar y quedar entre los pocos candidatos oficiales. Después viene lo más importante: escribir cadenas de e-mails, agendar traducciones, sellar acuerdos con editoriales ansiosas y encontrar académicos y críticos que hagan fuerza para que una carpeta con el nombre de un escritor sea aceptada por los 18 miembros vitalicios de la Academia Sueca. Y para eso hay que hacer presión. Y este año lo harán, entre varios otros, Philip Roth, Mario Vargas Llosa, Joyce Carol Oates y Ernesto Cardenal. Y entre ellos -y como en una tradición instaurada- se cuela por duodécima vez el ex cantautor de protesta, ex cantante fervoroso convertido al cristianismo y leyenda del folk, Bob Dylan. 

Lo de considerar al hombre de la voz gangosa como a un poeta es un ejercicio viejo. El origen de la asociación, eso sí, tuvo más de empresa interoceánica que de simple postulación burocrática. El improvisado lugar fue la ciudad de Oslo, en Noruega, en donde dos amigos, sin pensarlo demasiado, decidieron que lo de Dylan era demasiado bueno para no ser considerado alta literatura. Gunnar Lunde y Reidar Indrebø poco tenían que ver con la Academia y los premios: eran un abogado y un periodista, respectivamente. Ellos, a raíz de las bases del premio, no podían llevar la nominación donde sus vecinos suecos, pero tampoco tenían la intención de dejarlo pasar. Entonces se les ocurrió pedir ayuda al poeta estadounidense Allen Ginsberg, el barbudo de la generación beat que, a fin de cuentas, pasó a la historia durante los mismos años en que Dylan dejaba la guitarra de palo y enchufaba la eléctrica. Ginsberg, un fanático de Dylan, fue el intermediario responsable de responderles a los noruegos y de echar la maquinaria a andar. Él contactó al periodista inglés John Bauldie, quien había publicado varios libros sobre el cantante, y juntos decidieron que lo primero sería comenzar a construir una red de apoyo en las universidades. Luego vendrían los medios y la tarea, como anotaba Bauldie en 1996, duraría años hasta que el mundo se convenciera de que Dylan era un poeta mayor.  

En un comienzo fueron dos cartas. La primera firmada por el mismo Ginsberg y la segunda por un académico capaz de poner su firma para auspiciar a un cantante. Y para eso estaba Gordon Ball. Él, por esos días, hacía clases de Literatura en Lexington, Virginia, y sólo había estudiado a los desenfrenados poetas de la generación beat y, en especial, al mismo Ginsberg. Entonces el poeta fue donde el profesor y le preguntó qué le parecía Dylan. La respuesta se transformó en dos sobres que cruzaron los 6.860 kilómetros que separan al estado de Virginia, en Estados Unidos, de la calle Sturegatan número 14, en Estocolmo, el edificio de piedra en donde el comité admite postulaciones hasta el 1 de febrero de cada año. Dylan, por supuesto, no ganó en 1996 y la poeta polaca Wislawa Szymborska se llevó los honores.

Parecía ridículo pero no lo era. Durante la segunda candidatura, al año siguiente, firmas como las de los nobeles Camilo José Cela y Eugenio Montale se sumaron a las de académicos de Cambridge, Londres y de decenas de universidades estadounidenses como en una bola de nieve que no paraba de crecer. Hoy, según el escritor argentino Rodrigo Fresán, miembro de la invisible y fiel secta dylaniana y traductor al castellano de sus letras -condición necesaria para ganar este premio: a más traducciones, mejores opciones-, "si Bob Dylan gana el Nobel, el que sale ganando es el premio en sí, pues abre el juego y oxigena el ambiente". Es que las voluntades tras la empresa de llevar al chico de Minnesota al salón principal del Stockholms Konserthus, donde anualmente entregan el premio, también han llegado lejos.

Durante 2004 y según varios medios estadounidenses, el rumor era fuerte y sostenido. Ese año el ganador indiscutido sería Dylan, de hecho, ese mismo año, Newsweek se adelantó nombrándolo la figura cultural viva más importante del mundo, y Lars Forssell, miembro del jurado sueco, lo había señalado por televisión como un posible ganador. Entonces las prensas comenzaron a rodar y una pila de biografías, artículos, reediciones de discos y hasta una enciclopedia con la trivia de su vida explotó en las disquerías y librerías. Dylan, a diferencia de otros candidatos, puede vender. Y mucho. De hecho sólo en discos lleva ya 90 millones de copias vendidas y a eso hay que sumar los documentales, las biografías, las entradas a los conciertos y el resto del merchandising habitual.

Era el negocio en medio del interés académico por hacer ingresar sus letras al centro del canon, la piedra fundamental de toda postulación. Y hace sólo unas semanas esa tarea se cumplió cuando el gobierno británico lanzó el "Dylan Education Pack", un set con canciones del estadounidense para que los quinceañeros ingleses aprendan algo de poesía en los colegios. El argumento de los ingleses era muy similar al que alguna vez dio Nicanor Parra: "Tres versos de Bob Dylan justifican cualquier galardón, incluso el Nobel de Literatura".

Lobby imparable 

Neil Corcoran es profesor en la Universidad de Liverpool y hace unos años aportó a la causa con "Do You Mr. Jones?: Bob Dylan with the Poets and Professors", una famosa antología crítica sobre las letras del estadounidense. "Lo de Dylan -escribe Corcoran desde su oficina e intentando explicar por qué una canción cabe en un premio literario- es una poesía admiradora y destructora de los clichés que todos siempre decimos. En Visions of Johanna también hay versos simbolistas claramente identificables con la poesía de Rimbaud o Baudelaire". Pero en las antípodas de sus filiaciones con la poesía francesa, Joan Manuel Serrat apuntaba hace unos meses en medios españoles que Dylan es "un hombre que entiende las cosas de una forma lúcida y que aglutina todo un pensamiento de progreso, sin el cual no se entendería ni la música ni los últimos 50 años".

Hoy, Dylan casi no habla en público. Mantiene una reclusión silenciosa que sólo es quebrantada por la aparición prácticamente simultánea de productos que giran sobre su trabajo. "Im not there" es tal vez uno de los más vistosos. La película, protagonizada por seis actores que interpretan al cantante -incluidos Cate Blanchett y Richard Gere-, fue estrenada hace poco en el Festival de Venecia y promete ser un clásico para los fanáticos. O como "The Traveling Wilburys Collection", una compilación con canciones de Dylan junto a George Harrison y Tom Petty, que incluye un breve documental de las grabaciones filmado por el propio Beatle; o la primera publicación masiva de la novela-poema "Tarántula"; una antología con sus canciones escritas, o "Bob Dylan: la biografía". Eso -y bastante más- a sólo semanas de entregarse nuevamente el premio, como si con cada lanzamiento se advirtiera que la voluntad de la larga e incansable fila de dylanianos no se quebrará. Y aún más importante: que pueden seguir esperando y que queda todavía mucho por ofrecer.

Este 2007 la empresa iniciada por los amigos noruegos camina sola. Incluso, en la última postulación al premio, Gordon Ball advertía que hasta el mismo rey de Suecia, Carlos XVI Gustavo, había dicho públicamente que el estadounidense era "poética y musicalmente brillante". Joyce Carol Oates, la misma escritora con la que competirá este año, le dedicó uno de sus más famosos cuentos y, por si fuera poco, el best-seller inglés Nick Hornby dijo que "si la mejor música es la que se dirige al alma y no al entendimiento, me temo que toda la veneración a Dylan es en cierto modo antimusical". O cerebral, al menos.

A Dylan -y esto no es difícil adivinarlo- lo aman escritores desde Jonathan Lethem a Ian McEwan.

Sobre la importancia que le da el cantante a la recepción de su trabajo y a los premios, tal vez baste la imagen del cantante-poeta durmiendo sobre una butaca en la ceremonia en donde la St. Andrews University lo nombraba Doctor Honoris Causa. O lo difícil que fue para los españoles que el propio Dylan les contestara el teléfono al avisarle que había ganado el Premio Príncipe de Asturias 2007, dejando en el camino al arquitecto Frank Gehry y al compositor Andrew Lloyd Webber. Galardón que, por lo demás, se puede leer como un espaldarazo a su candidatura.

Dylan, dijo hace poco el escritor español Ray Loriga, "ha tenido que soportar la carga de ser dios en la época en la que estaban muy necesitados de dioses, como fueron los 60". Con los mismos argumentos en mente, a fines del año pasado Gordon Ball, una vez más, envió la carpeta con la postulación de Bob Dylan a Estocolmo. Ahora, a través del correo electrónico, el académico sentencia que "tradicionalmente siempre han existido dos criterios para entregar el premio: el trabajo mismo y la tendencia idealista a beneficiar a la humanidad. Ambos están de sobra en las creaciones de Dylan".

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